Anteriormente
había visto aquella carita tras el cristal de la pastelería.
Unos
ojos azules bien abiertos queriendo comerse algunos de aquellos dulces con la
mirada.
-Berta!
–le gritó su madre – que llegamos tarde cariño, camina.
Con una carita de pena se separó del cristal y
echó a correr para alcanzar a su mamá.
Se
dirigían al centro médico que hay enfrente de la pastelería, con lo que pude
seguirlas con la mirada.
Su
cabecita tapada con un pañuelo rosa, dejaba entrever la falta de cabello, así
que supuse que iría al centro médico a poner alguna sesión de quimioterapia.
Me estremecía
pensarlo, no debía tener más de cuatro años.
Seguí
con mi trabajo tratando de no pensar en ella, hasta que después de unas dos
horas la vi salir.
Le
costaba caminar y su rostro era del color de la cera.
Mientras
cruzaban la avenida preparé una pequeña bandeja con aquellos pasteles que tanto
miraba antes.
Cuando
salí a la puerta le hice una señal para que se acercara y se los di.
Me
devolvió una sonrisa que nunca podré borrar de mi mente.
Aquella
fue la última vez que la vi.