No era normal que aquella historia me afectara tanto. Estaba harta de estar siempre pendiente de los problemas de los demás. Cierto es, que nunca lo había podido evitar, pero que yo me tuviera que tragar esos marrones cuando la cosa no iba conmigo, no era nada normal.
Acepto que se me pida consejo, pero no al punto de implicarme. Además quien soy yo para dar consejos a nadie, si ni yo misma me aplico esa teoría.
- Dime la verdad, -me dijo media llorosa- una amiga siempre dice la verdad aunque duela.
- No te va a gustar lo que yo opino.
- Da igual tu dímelo, ya se me pasará.
- Si, ya se que se te pasará, pero mientras yo sufro.
Le dije mi verdad, lo que opinaba y claro está no le gustó. Se puso echa una fiera y encima me dejó con la palabra en la boca y se fue.
Una semana más tarde apareció por mi tienda.
Entró con una cara de felicidad como si nada hubiera pasado.
- Hola wapísima, -me dijo- ¿qué tal va todo por aquí?
- Por aquí...
No me dejó terminar la frase. Se pasó detrás del mostrador y se tiró literalmente a mi cuello.
- Ainsss si es que no puedo vivir sin mi mejor amiga- dijo mientras me besaba tan fuerte que me hacía hasta daño.
-Para locaaa!!!!...que me haces dañooo.
- Da igual, las amigas se hacen daño a veces.
Y según lo decía, soltábamos las dos una carcajada.
Su grandísimo problema se había resuelto. Su novio, dicho sea de paso, que es un bendito, le había perdonado sus tonteos y estaban de nuevo súper enamorados.
La próxima vez que tontee con alguno de nuestros amigos, no seré yo la que le ponga los puntos sobre las ies.