Anteriormente
había visto aquella carita tras el cristal de la pastelería.
Unos
ojos azules bien abiertos queriendo comerse algunos de aquellos dulces con la
mirada.
-Berta!
–le gritó su madre – que llegamos tarde cariño, camina.
Con una carita de pena se separó del cristal y
echó a correr para alcanzar a su mamá.
Se
dirigían al centro médico que hay enfrente de la pastelería, con lo que pude
seguirlas con la mirada.
Su
cabecita tapada con un pañuelo rosa, dejaba entrever la falta de cabello, así
que supuse que iría al centro médico a poner alguna sesión de quimioterapia.
Me estremecía
pensarlo, no debía tener más de cuatro años.
Seguí
con mi trabajo tratando de no pensar en ella, hasta que después de unas dos
horas la vi salir.
Le
costaba caminar y su rostro era del color de la cera.
Mientras
cruzaban la avenida preparé una pequeña bandeja con aquellos pasteles que tanto
miraba antes.
Cuando
salí a la puerta le hice una señal para que se acercara y se los di.
Me
devolvió una sonrisa que nunca podré borrar de mi mente.
Aquella
fue la última vez que la vi.
Me alegra que retomes este blog, preciosa historia, por desgracia esa terrible enfermedad está aquí, para hacernos realmente la puñeta, unos salimos como podemos pero siempre va dejando dolor alrededor
ResponderEliminarUn beso
Precioso, le diste la dulzura de tu corazón y tus pasteles y esa sonrisa que te regaló, seguro que le dió la vida y amainó su dolor interior, como a tí.
ResponderEliminarMe ha encantado!!!!
Dulce, dulce, Montse. Ya lo dice un blog de Montse...dulce como tú.
ResponderEliminarBesos
La vida es así de injusta. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Montse.
ResponderEliminarCada día suena más cercano el mazazo de la enfermedad... en poco tiempo, por mucho que se investigue, no paro de oír noticias de gente que la padece parece que va a más...
Un abrazo
Te deseo un esplendido día de Navidad y un espectacular año nuevo. Un abrazo.
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